Agosto 2009
 

 

Mis sexenios (17)



Corrección.- En la pasada edición confundimos el nombre del Tesorero gutierrista con el del Tesorero florestapista en el siguiente párrafo:
“Los gutierristas si tenían razones para malquerer a Flores Tapia, pues al final del sexenio de Eulalio Gutiérrez, OFT hizo público el faltante de más de 542 millones de pesos de impuestos federales retenidos por el estado y que no habían sido entregados a la federación. Luego se rumoró que esa enorme cantidad de recursos fue a parar a las cuentas bancarias de los familiares directos del gobernador Gutiérrez y de su deshonesto tesorero estatal, Miguel Ángel Morales (debió decir: Carlos Ayala Espinoza)”. Aprovechando esta corrección diremos, que poco tiempo después Carlos Ayala colaboró en SOMEX y en PEMEX bajo las órdenes de Mario Ramón Beteta, quien fungió como Secretario de Hacienda de JLP cuando Ayala y los parientes de Eulalio Gutiérrez “desaparecieron” los más de 542 millones de pesos. Posteriormente, en el sexenio de EMM, Carlos Ayala volvió aparecer en las nóminas del gobierno coahuilense como director del Instituto Estatal del Deporte. Aclarado el error, sólo resta decir que nuestra confusión se debió a una asociación de ideas, pues tanto Carlos Ayala como Miguel Ángel Morales fueron igual de ladrones. Y si no, chequen la historia.

José Guadalupe Robledo Guerrero.

Inicios del delasfuentismo
Durante 1982, primer año del “gobierno” de “El Diablo” José de las Fuentes Rodríguez, me la pase comisionado por Villegas Rico en asuntos administrativos sin importancia, sobreviviendo a la marginación y a la persecución de los villeguistas y ayudando a Arnoldo Villarreal Zertuche a resolver los problemas del Hospital Universitario de Saltillo, hasta que -meses después- Villarreal se jubiló en la UAC, pues ya era insostenible su permanencia en el Hospital Universitario.

Villegas Rico, por su parte, transitaba por su segundo periodo rectoral. Había sido reelecto con el respaldo de OFT. Para esa época, Villegas era un político importante y poderoso de Coahuila, y nadie dudaba que era la carta de los empresarios saltillenses para la gubernatura del estado, impulsado por Vanguardia y los grupúsculos asociados a ese diario. Pero José de las Fuentes era el impedimento para conseguir esos propósitos. Por eso Vanguardia y sus aliados le apostaron a provocar la destitución de “El Diablo” o hacerlo renunciar.

Debido a ello, desde el inicio de su sexenio, José de las Fuentes fue criticado, menoscabado en su autoridad y presionado, a pesar de que “El Diablo” nada hacia por contrariar los intereses de los “ganadores”. Los primeros dos años de su “administración”, José de las Fuentes fue un gobernador de ornato, se dedicó a “dejar hacer, dejar pasar” y a cuidar el despacho gubernamental. Estaba rodeado de enemigos.

Pero la situación ya era otra en el país. José López Portillo ya había dejado el poder presidencial. En su Sexto Informe, JLP cometía su última locura sexenal, en medio del llanto denunció que a través de la banca privada los potentados mexicanos habían saqueado por enésima ocasión al país, y en revancha decretó la nacionalización de los bancos.

Por mi parte, además de mis labores “sin importancia” para “conseguir la papa”, también incrementé mis lecturas, analicé mi entorno y reflexioné sobre la situación, pues con la renuncia de OFT, los antiflorestapistas se habían adueñado del estado. La renuncia de Flores Tapia había roto el equilibrio político en Coahuila, y las instituciones gubernamentales quedaron indefensas ante el saqueo voraz a que las sometieron Armando Castilla Sánchez y sus asociados.

El periódico Vanguardia y sus socios se enriquecían haciendo redituables negocios con la construcción de casas de interés social, con la compra y venta de terrenos, con el robo de áreas municipales, con el despojo de grandes predios, con las obras gubernamentales y con el tráfico de influencias. Todo era para los ganadores.

Los principales asociados de “El Gordo” Castilla eran “honorables” industriales, constructores y comerciantes, así como políticos deshonestos y dirigentes “charros” de las centrales sindicales. Todos aportaban algo a la voracidad grupal. De estos socios hemos señalado a los más connotados, pero pronto aparecerían otros iguales.


Desde mi inicio en el periodismo, doña Elsa Hernández
me dispensó sus atenciones y confianza, convirtiéndose
en un gran apoyo a nuestras ideas equilibradoras.
Por esos meses decidí algo que marcó para siempre mi vida: opté por buscar un espacio periodístico para escribir mis puntos de vista. Vanguardia, como es lógico, no estaba en mis planes, pues había llegado a una conclusión: en estas condiciones políticas el periodismo crítico y de denuncia tenía grandes posibilidades de desarrollo, pues además que nadie lo ejercía, había suficientes motivos para iniciarlo.

Mi oportunidad llegó. A finales de 1982 al “El Sol del Norte” había llegado un nuevo Director: Adolfo Olmedo Muñoz, con la consigna de hacer con este diario un equilibrio periodístico en Saltillo. El propietario de “Los Soles”, Mario Vázquez Raña no pudo haber hecho una elección mejor, Adolfo Olmedo es un hombre de ideas, de lecturas, y un profesional del periodismo, además es un hombre culto, honesto y valiente, y para cumplir su cometido abrió las páginas de “El Sol” a los ciudadanos que “tuvieran algo que decir”.

Ante esta invitación abierta, conseguí entrevistarme con Olmedo, con quien desde un principio surgió una simpatía mutua y una identificación ideológica, y luego de un par de horas de amena charla logré un espacio en la sección de editoriales.

Escribí mi primera columna periodística el 5 de enero de 1983. Para ese día ya dirigía al país el primer Presidente neoliberal: Miguel de la Madrid Hurtado, por tal razón mis primeros escritos periodísticos abordaron los temas más importantes de aquella etapa nacional: la venta de empresas paraestatales con la que nunca estuve de acuerdo, la crisis económica y la deplorable condición de la educación nacional. México estaba inmerso en una más de sus recurrentes crisis sexenales, el país ya había sido saqueado por los mismos de siempre: los empresarios y banqueros, y pronto se iniciaría la lucha verbal entre tecnócratas y políticos.

En mis cotidianas pláticas con Adolfo Olmedo aprendí las cuestiones básicas del oficio y juntos llegamos a una sabia conclusión: había que escribir lo que los demás callaran. Por tal motivo había mucha tela de donde cortar. La crítica periodística estaba desatendida por el resto de los comunicadores coahuilenses. Nadie hablaba sobre las condiciones surgidas con la renuncia florestapista, ni siquiera los beneficiarios de OFT.

Con estas premisas comencé mi trabajo periodístico haciendo críticas con un enfoque administrativo, pero bastó un mes para que cambiara mi apreciación “académica” y me metiera de lleno a los asuntos políticos.

Para ese entonces, Adolfo Olmedo había llegado a una conclusión: “hay que privilegiar en nuestra labor periodística la idea de equilibrar la política en Coahuila, debemos participar en hacer que las instituciones recuperen su autoridad y dejen de servir a los intereses de unos cuantos empresarios, coyotes y editores voraces”. Con su consejo y mi cosmovisión ideológica, arribé a los asuntos torales de “las patadas bajo la mesa”.

El 11 de febrero de 1983, publiqué una columna, que a manera de carta al gobernador, le señalaba los planes que tenían sus enemigos de hacerlo dimitir a su cargo o de buscar su destitución, la debilidad de su gobierno y las múltiples deslealtades que tenía a su alrededor. En la mañana del día que se publicó dicho comentario, recibí una llamada de la esposa del gobernador, doña Elsa Hernández, agradeciendo mis comentarios e invitándome a platicar. Desde ese día y hasta su muerte, doña Elsa me dispensó sus atenciones y confianza. Fue una dama con quien mucho platiqué, y la que se convirtió en un gran apoyo a nuestras ideas equilibradoras.

Mientras tanto, el intrigoso “SuperSub- Secretario” Rodrigo Sarmiento Valtier y el publicista director de Prensa, Carlos Robles Nava, andaban buscándome por “órdenes superiores”. Con Carlos establecí una relación de pláticas intrascendentes. Con Sarmiento nunca quise tener trato alguno, a pesar de su enorme importancia política en el gobierno de JFR. Sarmiento había sido profesor en la Preparatoria Nocturna y conocía de su prepotencia y fatuidad. Además, yo había dirigido el movimiento estudiantil que expulsó de la sociedad de alumnos a su hermano Juan y al priismo estudiantil, por eso no había química.

Durante los siguientes meses, mi columna se fortaleció en el ánimo de los lectores, y de repente tuve muchos simpatizantes, algunos confiables, y otros que trataron de moverme el piso, prodigando las adulaciones más increíbles, o aquellos que deseaban utilizarme para dirimir sus pequeñas broncas o resentimientos.

Por fortuna, desde que comencé a escribir me hice a la idea de no despegar los pies de la madre tierra, y así afronté con éxito lo que a otros enloquece: los halagos, y continué haciendo mis críticas a los políticos, funcionarios públicos y empresarios con la independencia que me permitía mi sano distanciamiento del poder.

Comencé a tratar a los políticos y a recibir de ellos la valiosa información off the record. Con José de la Fuentes tuve charlas que cada vez se hicieron más frecuentes. Los temas de mis columnas fueron centrándose cada más en los asuntos locales, lo que hasta la fecha siguen siendo mis temas favoritos. Así conocí de los negocios de empresarios y funcionarios, de la corrupción y la impunidad, de la incapacidad y la traición.

 

De mis inicios como periodista, recuerdo algunas anécdotas que dibujan las circunstancias, la conducta de los políticos y las oscuras mafias, pero lo más importante es el aprendizaje que me acarreó tratar con los funcionarios públicos deshonestos que se fabrican una imagen de santidad y eficiencia. Por ejemplo, en una ocasión que critiqué a Humberto Guzmán Padilla (+), oficial Mayor de JFR, por haber nombrado a Bibiano Berlanga como orador en la ceremonia del cinco de febrero de 1983, a la que había llegado ebrio y con una botella de vino en la mano, el gobernador hizo su primer y único intento de reclamarme.

“El Diablo” me invitó a su despacho y sin más protocolo señaló: “Quiero que sepa que a Bibiano lo nombré yo, no Humberto Guzmán, porque es mi amigo desde la juventud”, me dijo con su inconfundible tono arrabalero. –Lo sé, le contesté, eso es lo que dicen todos. No se preocupe mañana corrijo, y digo que el responsable es usted, pero creo que alguien debe sacar la cara cuando se cometen errores, para eso les paga. De las Fuentes se quedó pensando y dijo: “Tiene razón, eso deben hacer estos cabrones”. Desde entonces, ningún funcionario estatal tuvo la protección del gobernador, y en consecuencia me dejé caer.

En otra ocasión, Jesús María Ramón quiso ensañarse con Elías Cárdenas Márquez, ex Director de Turismo con OFT y columnista de “El Sol”, acusándolo de no sé qué tantas cosas. Temeroso, Elías aceptó la sugerencia de Olmedo: Contéstele, y respondió con nuestra solidaridad. El duelo duró poco, a la tercera nota el Alcalde de Ciudad Acuña había dejado el campo de batalla, solicitando un armisticio. Esto confirmó que “Para tener la lengua larga hay que tener la cola corta”

Aquel año fue fructífero en cuanto a desarrollo periodístico. Olmedo le dio forma a la página tres de las editoriales de “El Sol del Norte”, y a mediados de junio, cuando se empezaban a mover las aguas de la sucesión rectoral en la UAC, un grupo de Arquitectura, comandado por Mario Valencia Hernández, asaltó las instalaciones del periódico, con el pretexto de una editorial que les había disgustado, escrita por Víctor Manuel Garza sobre los conflictos que comenzaban a vislumbrarse entre el grupo de Arquitectura y la Rectoría villeguista.

La editorial había sido ordenada por el Secretario General de la UAC, Javier Cedillo de la Peña, para involucrar a “El Sol” en sus pugnas internas, y de esa manera desviar la atención de los pleitos por la sucesión y de la corrupción universitaria que había instalado en la Universidad el villeguismo. Olmedo aceptó utilizar esta agresión para iniciar la relación del periódico con Jaime Martínez Veloz, uno de los aspirantes a la Rectoría. El otro precandidato, Armando Fuentes Aguirre “Catón”, era editorialista de “El Sol”. Esto fue el inicio de lo que meses después sería el Movimiento Pro Dignificación de la UAC, que expulsaría al grupo villeguista del gobierno universitario.

Al mes siguiente, por indicaciones de Olmedo convencí a Luis Horacio Salinas de que me diera una entrevista periodística que publicamos en “El Sol”. Allí Luis Horacio habló de todo, fue una plática abierta, franca, sin concesiones. Cuando fue publicada la primera de sus tres partes, Víctor Manuel Garza renunció a su cargo en el periódico, porque no estuvo de acuerdo en que se le diera voz a LHSA. Olmedo aprovechó el exabrupto para deshacerse del infiltrado.

Luis Horacio Salinas, por su parte, defendió su visión y su persona. Habló fuerte y directo. Acusó a sus enemigos, abordó el tema de las reservas territoriales saltillenses de las que según sus enemigos se había apropiado ilegalmente. Para Luis Horacio la mayor parte de mis preguntas fueron incómodas, pero había que responderlas, porque ese había sido el acuerdo.

Luis Horacio Salinas era el enemigo más odiado de Villegas Rico y de los grupúsculos políticos y económicos que giraban en torno al periódico Vanguardia. Por tal razón, no tuvo otra opción que buscar el cobijo y la protección de “El Sol” y de estar de acuerdo con su política editorial. En ese primer año periodístico también entrevisté a doña Elsa Hernández, quien no tuvo miedo que “El Gordo” Castilla la relacionara con “El Sol”.

Por otra parte, Enrique Martínez y Martínez era un Secretario General de Gobierno acotado en sus funciones por el Subsecretario Edilberto Leza y por el “SuperSubSecretario” Rodrigo Sarmiento Valtier.

Debido a ello se insistía en la posible renuncia de EMM o en su retiro por enfermedad. Lo mismo que se había dicho de JFR desde el inicio de su sexenio. En ese entonces, poco respeto les merecía la figura gubernamental, cuantas veces había oportunidad se referían al “Diablo” como “El Borrachín”.

Alguna vez, el entonces diputado federal Abraham Cepeda Izaguirre llegó a la dirección de “El Sol” a renegociar su deuda por la publicidad electoral que debía al periódico, y escuché la plática del legislador. Según Abraham Cepeda, los diputados federales y los senadores querían pedirle al Presidente De la Madrid que destituyera al “Diablo”.

En ese momento, Adolfo Olmedo le dio su visión, le habló de institucionalidad, de recuperar la autoridad gubernamental, de no dejarse utilizar por oscuros intereses e hizo un análisis de la situación. Abraham Cepeda lo escuchó con atención, ya no dijo nada y se fue. Abraham nunca más volvió a tocar el tema ni a pagar su deuda, seguramente porque sintió temor de haberse quitado la capucha.

Desde un principio, Adolfo Olmedo había decidido apoyar al gobernador frente a sus voraces enemigos. A pesar de su corto tiempo en Coahuila, Olmedo conocía bien la situación política del estado, pues cuando llegó a Saltillo elaboró un bien documentado perfil de la plaza y había descubierto los bandos que se peleaban el poder y los presupuestos estatales. Conoció los negocios de los “notables” y sus asociaciones mafiosas.

Con la anuencia y consejo de Olmedo, establecí una relación con JFR, acudía a su despacho cuantas veces me invitaba a platicar. Sin embargo, en lo personal nunca confíe en De las Fuentes, se me hacía pendenciero, sin ideología y poco honesto en su conducta. Pero no había de donde escoger, y el equilibrio político era lo más importante que debíamos privilegiar.

Lo cierto es que en la UAC se estaba preparando la insubordinación al gobernador, y para completar el cuadro, allí estaba Jesús Roberto Dávila Narro en la Subsecretaría A de Gobernación, dispuesto a sacrificarse con el interinato gubernamental que supliría a JFR luego de su posible renuncia o destitución del gobierno coahuilense.

Pero desde entonces ya sabíamos que la UAC sería el campo de batalla de los grupos que se disputaban el poder, y por consecuencia, los negocios, chambas y privilegios que de allí emanan. Pero antes se inaugurarían otros escenarios bélicos que anunciaban la batalla principal. Villegas ya no dudaba en ser gobernador, lo que le ponía otros ingredientes a la cena de negros que ya se perfilaba en el ambiente.

En septiembre de 1983, como resultado de mis críticas al Rector de la UAC, Villegas respondió a través de Vanguardia acusando a Enrique Martínez (Secretario de Gobierno) de estar auspiciando “los ataques a la Universidad”, y amenazando al gobernador de que con los universitarios no se juega.

Al mismo tiempo, Villegas mandó tapizar el centro de Saltillo con una telegrama que en la Autonomía enviamos al gobernador en donde le exigíamos que los funcionarios y gobernantes sacaran las manos de la UAC y respetaran su desarrollo. Esto provocó que JFR decidiera que los conflictos en la Universidad los resolvieran los universitarios, es decir dejó correr los conflictos sin tratar de frenarlos. En la próxima edición hablaremos de cómo fue este evento. Para este momento, los coahuilenses ya conocían por las páginas de “El Sol” quiénes eran los grupúsculos que giraban en torno a Vanguardia y los negocios que hacían con los recursos estatales.

Frente a las críticas, Villegas Rico enloqueció, y ordenó expulsar a cuatro líderes estudiantiles del Ateneo Fuente: Alberto Pimentel, Gabriel Ortega, René Montes y Muse Destenave, lo cual le acarreó más inconformidades. Agobiado con tanto señalamiento en épocas preelectorales, Villegas Rico montó otro espectáculo: un desayuno de reconocimiento universitario al gobernador. Pero de nada le sirvió, pues el movimiento contra Villegas ya estaba en proceso y ni José de las Fuentes lo podía parar, a menos que estuviera dispuesto a enfrentar a los antivilleguistas que para ese momento eran muchos en toda la UAC.

Los “notables” por su parte, comenzaron a manejar públicamente las tradicionales ideas que esgrimen cuando las cosas no les favorecen: llamados a la unidad, a la prudencia, a evitar los pleitos y privilegiar el diálogo, etc., lo que demostraba su preocupación. Estaba en juego su redituable posición de “ganadores” y traficantes de influencias. Para limar asperezas, hasta el Alcalde de Saltillo, Mario Eulalio Gutiérrez, uno de los principales asociados y financieros de “El Gordo” Castilla y su diario Vanguardia, se acercó a “El Sol” “aunque ‘El Gordo’ se enoje”.

Mientras tanto el gobierno de José de las Fuentes no daba una. Tenía a los comerciantes en contra comandados por Kerim Saade Charur y Jorge Rosales Talamás, quienes para presionarlo le organizarían un paro del comercio organizado para que destituyera al Procurador Pablo Pechir. Según los conocedores del asunto, este paro les sirvió a los dirigentes del comercio para ligarse al gobernador y sacar dividendos.

Por su parte, Vanguardia no cesaba en criticar la incapacidad de “El Diablo” y en señalarlo como un inepto. Los colaboradores de De las Fuentes lo traicionaban y mantenían informado a Armando Castilla de todo lo que pasaba en el gobierno estatal.

Por nuestra parte aprovechamos el décimo aniversario de la Autonomía Universitaria para comenzar a hablar de las cuestiones de prepotencia, corrupción y politiquería que el villeguismo había instaurado en la UAC, y publicamos en mi columna periodística la hermosa Declaración de Principios de la Universidad “Autónoma” de Coahuila, y hablamos sobre la deplorable condición educativa que privaba en la “Máxima Casa de Estudios”.

A Villegas Rico le molestaron mis escritos y me invitó a platicar a su despacho. Ese día no quiso contestarle al gobernador y entendí su mensaje: si mandaba a la chingada al gobernador, que no podía hacer contigo. Me invitó a ser su amigo. Lo agradecí, me despedí sin decir nada más, y continúe haciendo mis críticas de la situación que imperaba en la UAC. Cuando salí del despacho rectoral recordé una frase que recurrentemente utilizaba Olmedo: Alea Jacta est (la suerte está echada). Días después, sin ningún motivo laboral, fuí despedido de la UAC, pero no podía darme el lujo de permitir que Villegas Rico me amedrentara, además siempre he creído que “no hay enemigo pequeño ni poderoso invencible”.

Una de las instituciones que conocí en esta etapa fue el Centro de Investigación de Química Aplicada (CIQA), que dirigía Enrique Campos, hijo del luchador social Casiano Campos. En esa dependencia científica se instaló una gran computadora que había sido nutrida con información social, política y económica de la región. Allí me enteré, por ejemplo, que el 75 por ciento del total de predios y latifundios urbanos de Saltillo eran propiedad de una quintilla de familias notables: los López del Bosque, Enrique Martínez y Martínez, los Verduzco Rosán, los Cárdenas Steele y los Dainitín. Publiqué el comentario.

Por tal razón, CIQA y “El Sol” se convirtieron en peligrosos agentes “desestabilizadores”, y los caciques le crearon a CIQA un problema laboral con sus trabajadores cetemistas. El mafioso movimiento fue orquestado por el dirigente de la CTM, Gaspar Valdés, y Enrique Campos dejó la dirección del CIQA

En esa etapa, se reunieron tres editores para evaluar la situación que se avecinaba en aras de pactar una alianza: Adolfo Olmedo de “El Sol”, Antonio Estrada Salazar de “El Independiente” y Francisco de la Peña de “El Heraldo”. Olmedo les compartió su teoría del equilibrio político y de la necesidad de hacer un frente común. Don Antonio Estrada estuvo de acuerdo y Francisco de la Peña dio su apoyo “moral” al pacto.

Para finales de 1983 ya sabíamos que la batalla por equilibrar la política coahuilense se daría en la UAC, y comenzamos a hacer flechas...

(Continuará).
El segundo tercio del delasfuentismo...